Categoria Apuntes y notas
Escrito por: Gonzalo Cáceres, Rodrigo Millán y Valentina Rozas.
¿La primavera de la planificación urbana?
Al menos la planificación urbana, que para los efectos del presente artículo será sinónimo de urbanismo, ha sido reclamada por algunos como un componente clave de la reconstrucción post terremoto. Pero, ¿quiénes la reivindican? Dado que excluimos a sus propios practicantes, la respuesta no puede ser más prometedora: un coro heterogéneo de ciudadanos. Así al menos se desprende de columnas de opinión, cartas al director y posteos publicados principalmente después del 27F.
Al tiempo que un flujo de memoria histórica reverdece al menos mediáticamente la planificación urbana, el Estado vacila en reconocerle entidad. De este modo, y mientras el Ministerio de Vivienda y Urbanismo (MINVU) se precipitó al propiciar planes urbanos financiados por corporaciones con compromisos fundiarios en las ciudades amagadas (caso de Constitución), el gobierno regional del Bío-‐Bío acierta al desarrollar un Plan de Reconstrucción del Borde Costero en alianza con universidades locales. En cualquiera de las dos alternativas, el atávico viviendismo parece subordinadarse a las virtudes del Plan Maestro, mientras que el modo autoritario en que se suelen conducir los planes reguladores, parece definitivamente en retirada. Con todo, suponer que el predominio de la racionalidad proyectual de sello morfológico ha terminado por imponerse, significa olvidar la fallida relocalización de Chaitén. Que sucesivas administraciones hayan desestimado dos planes maestros y un proyecto de imagen urbana, es indicativo de un fracaso que exige una reflexión meticulosa.
Con todo, y al igual y como ha ocurrido en otros lugares del mundo, la planificación urbana ya no parece suscitar el volumen de críticas que sumaba hasta hace pocas décadas (Sánchez de Madariaga, 1997 y 2000). Sin perjuicio de las objeciones en circulación (entre otros: De Mattos, 2004 y Tironi, 2008), cinco acontecimientos nos hacen apostar por una tímida reanimación local.
1.-, el hecho que varios planificadores operacionales participen regularmente en tribunas públicas; algunas de vertiginosa asiduidad (por ejemplo, www.plataformaurbana.cl). A la visibilidad de los primeros (en especial y sobre Santiago: I. Poduje, J. Poblete, L.E. Bresciani L., J. Figueroa, A. Rodríguez, F. Sabatini, P. Bannen, P. Trivelli, C. Sierralta y A. Texidó),
2.-se agrega, la consolidación y multiplicación de publicaciones periódicas alimentadas por investigaciones (entre otras: Eure, Revista de Urbanismo, Norte Grande, Urbano, DU&P, Revista INVI, Ciudad y Arquitectura, 180, Bifurcaciones, ARQ y Proposiciones).
3.- En tercer lugar, la proliferación de planificadores que nos visitaron el 2010 (entre otros: P. Pírez, Y-‐H. Hong, M. Welch, W. Siebel, J. Monnet, A. Carbonell).
4.-En cuarto lugar, la consolidación de foros urbanos con influencia política (el caso más logrado es el Directorio Urbano de Concepción, pero también es posible destacar a Prourbana).
5.- Finalmente, también es dable subrayar la multiplicación de emprendimientos de documentación, seguimiento e intervención tributarios de la coyuntura post 27F (desde Reconstruye hasta el Observatorio de Reconstrucción del INVI).
La progresiva recuperación de protagonismo por parte de la planificación urbana, contrasta con décadas de comprometedora invisibilidad. ¿Cómo entenderla? Por años la narrativa que los planificadores reformistas confeccionaron, le endosaba, al autoritarismo primero y al neoliberalismo, después, su pérdida de influencia político-‐técnica (Bedrack, 1986; Trivelli, 1991). A la espera de estudios que corroboren dicha explicación, sí podemos confirmar la fragilización disciplinaria provocada por la doble reducción, durante la dictadura, de inversión estatal y tecnocracia pública (Márquez, 1995). A costa de sobre-‐interpretar, la retirada de los planificadores fue un facilitador para el advenimiento de la ciudad de los negocios (Gorelik, 2004) y coincidió con la crisis, analítica e instrumental, del último urbanismo moderno. Mientras una fracción de los nuevos tomadores de decisión, en su enorme mayoría neoliberales, festinaba la planificación urbana por burocrática, estatalista y parsimoniosa, la tradición reformista contemplaba la desaparición de pre-‐inversionales, operaciones urbanas o, inclusive, de las facultades expropiatorias por justa causa. Que el Estado dejara que “la urbanización avanzara sin cortapisas” fue el precedente para visualizar la ciudad como un manjar inextinguible. La desregulación del suelo urbano promovida desde 1979, constituye, en esta clave, un record mundial difícil de igualar.
Pese a las expectativas asociadas a la recuperación de la democracia, la implantación de un gobierno civil no significó el retorno de la planificación urbana con el brío que alcanzó a conocer durante los largos sesentas (1957-‐1973). Aunque no hubo una negativa pública por incorporarla en el abanico de saberes influyentes (Daher, 1991), las administraciones Aylwin y Frei, prefirieron mantener la desregulación como tónica. Salvo desempeños aislados (La Corporación para el Desarrollo de Santiago), proyectos especiales (Ribera Norte) o iniciativas singulares (el Plan de Descontaminación para Santiago), la continuidad heredada se profundizó, pese a la crisis multidimensional que venían experimentando varias ciudades.
No fue hasta la primera década del nuevo siglo, cuando se volvió insoslayable la necesidad de invocar a la planificación urbana. Entre las razones que explican su paulatina revalorización es posible contabilizar logros propios y fracasos ajenos. Con seguridad, el más importante de los éxitos, en una versión capitalina del relato, fue el conseguido por la Municipalidad de Providencia.
Una clave: mientras la doctrina de los alcaldes de Providencia ha sido liberal, la gestión municipal ha descansado en una visión comprensiva del desarrollo urbano. Conducida la transformación comunal por urbanistas, el respeto a los instrumentos de ordenación espacial lo mismo que la capacidad para realizar inversiones, fue cardinal para negociar concesiones, obtener cesiones e incentivar operaciones.
La combinación de planificación, diseño y gestión de largo plazo, contó con el respaldo político para proporcionar una calidad de vida excepcional a residentes y usuarios de todas las cohortes etarias. Creación y remodelación de parques y plazas, construcción de equipamiento cultural o recreativo con un criterio de equidad intracomunal, incentivo a viajes no motorizados, mejoramiento de calzadas y desarrollo de estacionamientos subterráneos (Bannen y Chateau, 2007), son conocidos los atributos de la planificación urbana cuando las inversiones se ejecutan en la temporalidad adecuada.
Al respecto y si bien la operación urbana Nueva Providencia fue crucial en la vitalización de un subcentro lineal con fuertes ramificaciones (Rivera, 1983), ha sido soslayado el papel que tuvo la Sociedad CORMU-‐Providencia en el proyecto (Mora y Zapata, 1995). Nuevas investigaciones deberán aclarar el destino de una zona donde fue necesario encajar un ferrocarril subterráneo y metropolitano con un área reperfilada para usos comerciales tanto como residenciales (Schlack, 2007).
Entre los fracasos ajenos que reforzaron la importancia de la planificación urbana, siguiendo con la crónica centralista, se destaca la crisis de instalación que sufrió el nuevo sistema de transporte público superficial, conocido como Transantiago. Implantado sistemáticamente desde el 2007, una fracción de las graves dificultades que lo afectaron originalmente, se explica por el sesgo anti-‐ espacialista que el proyecto exudaba. Diseñado con escasa atención a cuestiones morfológicas, sociales, culturales pero también políticas, Transantiago vivió una traumática inauguración que la ciudadanía reprobó ampliamente y que la oposición convertiría en un arma arrojadiza de gran rentabilidad electoral. Tras meses de inconvenientes, su desempeño mejoró cuando el paquete de reformas adicionó mejoras viales por largos años desjerarquizadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario